-- Poesía y Narrativa --

Lo Último

Eduardo Sifontes

30 de enero de 2016

“A veces
cuando no sé cómo comenzar el poema
barajo monedas falsas”.

Eduardo Sifontes


Eduardo Sifontes
(Anzoátegui, 1946 – 1974)



EDUARDO SIFONTES nació en Barcelona, Edo. Anzoátegui, el 12 de Octubre de 1946 y falleció el día 23 de mayo de 1974. Egresado de la escuela de Artes Plásticas “Armando Reverón” de Barcelona, Mención Arte Puro, fue también Clarinetista de la Banda del estado Anzoátegui desde sus Trece años de edad, y un precoz escritor y Poeta, narrador, músico y artista plástico. En 1964 integra el grupo editor de la revista "Trópico Uno". En 1970 con su libro « Rituales » obtuvo el Segundo Premio de Narrativa de la Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre, de la Universidad de Oriente; 1er Premio de Poesía en el Concurso de la revista "En Negro" de Cantaura con el libro «Las Conjuraciones y Otros Poemas, 1972». Su Obra Narrativa está incluida en la siguiente antología: Distracciones, selección de Chevige Guayke. Su Obra Poética en: La Nueva Poesía Latinoamericana, selección de Manuel Ruano; Jóvenes poetas Orientales, selección de Gustavo Pereira, y Jóvenes Poetas Venezolanos, selección de Elí Galindo.  Entre sus obras destacan: Rituales, Monteávila editores, Caracas, 1973;  Señas y Contraseñas y la Poesía está en Juego, publicados por ediciones La Espada Rota en 1985 y 1991. Las Conjuraciones y Otros poemas, Publicado junto a Rituales por el Fondo Editorial del Caribe en el Año 2003. La Poesía está en Juego; el Verbo hecho Carne y el Cuarto de los espejos (Narrativa). 



Poesía
Las Conjuraciones


Sobre la Arena Movediza




Dios
con la lengua metida en el culo
se ha convertido en un cuero de tambor
y esta patria color de hormiga
ya no tiene silencio ni pedazos de amor
y no podemos andar haciendo sh, shh, shhh
sólo somos íngrimas materias en llanto
sobre la arena movediza
y los recuerdos se nos derrumban.




Ya Nadie Responde

   

Salgo desde el fondo del mar
a besarte las manos
dentro de mis ojos el sol
y quebrados los huesos del alma
para nada
porque no encuentro boca pura
ni actos de magia ni chispas de nervios
ni sabor de antigüedad ni lengua de fuego
y porque ya nadie responde.



El Hueco del Alma



Al borde del sueño
entre sangre y cerveza
la muerte transparente
relincha
como caballo herido
y prendemos fuego a nuestros ojos
para vernos el hueco del alma.




Reglas del Juego



Cuando fuerzas oscuras me tiran al aire
como bandadas de pájaros
subo
subo más para acercarme a ti
me aproximo
estás enfrente y detrás
tu conciencia brinca de un lado a otro
sin poder controlar sueños y reglas del juego
falos de luz salen de tus ojos verde
y por todo esto
siento ganas de romper los espacios
poco a poco
y contener mi propia fuga.



Señas y Contraseñas




El Músico de Siempre



He intentado evadirme de este círculo
dejar de caminar en circunferencias
pero no puedo
al borde de mis ojos
entre saliva y sangre
seguiré siendo el músico de siempre
el mismo que viste y calza
ríe, canta y se multiplica
y se golpea el pecho con los puños
y grita a todo pulmón
sin poder salir de este círculo de tiza.



Círculo Solitario



Inflo mis pulmones
absorbiendo el humo de mi pipa
me quito las botas marrones y la camisa oscura
danzo frenéticamente
en círculo
descalzo
sobre el fuego
tiendo la mano al enemigo.
y se golpea el pecho con los puños
y grita a todo pulmón
sin poder salir de este círculo de tiza.





Narrativa - Rituales



***
  


Mi vecina Carmen, mujer de Rubén, se baña sin nada encima; tres pelitos vegetales de Gustav Klimt dibujados de azabache le salen por debajo, hermosos, y el agua se los hace florecer interminablemente bajo la intemperie.




***
  


Florinda sentada con sus doce años de edad, “Te quiero, Eduardo”. Y abrí sus piernas, la blancura de su prenda interior señalaba su bultito así como azul grisáceo en toda la perspectiva de sus piernas, bajo el ombligo, en todo el centro que conjugan las virtudes de sus carticas de amor. “Si te vas estoy segura de que una bala me reemplazará en tu corazón”. Y forcejeábamos con el revólver. Florinda, adiós Florinda.




***




Elsa desempolva sus ojos café, vestida con una larga camisa de hombre ceñida con alas de papel; permanecerá así hasta la muerte.




Rituales y Conjuraciones y otros Poemas.
Editorial: Fondo Editorial del Caribe - Anzoátegui.
2003

Carlos San Diego

21 de octubre de 2015

“…la poesía quería quedarse.
El temor nos atrapa
al no ejercer lo que nos libera frente al mundo.
No muero de salario.
Muero porque nadie paga por lo que sé hacer.”

Carlos San Diego

Carlos San Diego
(Anzoátegui, 1964)


Baldíos
(2002)


Cenizas de Bambú


Que pasen los que siguen


El cielo es una paila que hierve boca abajo.

Cantó la paraulata de la medianoche.

En la oscuridad
comejenes adelantan cementerios del verano.

La tierra ya no importa.
Lo que importa es el lugar del refugio.


En el culo del cielo


Esfínter del ozono.
Cueva destejida de murciélago tóxico.
Cloaca celestial.

Ojal violado por sensibilidad ultravioleta.

Nube infectada de esta tierra y de otras tierras halladas.

Como plomazo
sin sangrar aún
en testículos de un Cristo.

Diámetro de la conciencia de poderes

penitente distribución
de sobrevivientes en el mundo.



El Ojo de la Cotúa


Vuelo de Escarabajo


           El humo

nace

    de donde la pasión

                                      choca con la luz



Altares de la tierra



Muchas flores.

La bendición en el camino de la luz.

Campamento de las mentiras.


Evangelio del Cuerpo



Abulta esos labios que son como una centella.

Cómo negársela.

Que se la lleve a la boca

caja de melaos.

           La religión es un proverbio
escrito
como grafito a la entrada del monte de Venus

camino al orgasmo.



Algún Duende quedó feliz



Mítico almagre
bordado pelerío de la tuna.

Hendidura de gota del rociíto
que ensancha el cuerpo de la juventud.

Hablarás desde otro idioma.
Altar desgarrado
por la flor del toro.

Vaticinio de virginidad perdida.

Flor que ondula en el Jazz del recuerdo.



A la entrada de tu Rostro


Siquisique


Amarilla es la flor que le canta al verano.

Todo llora como un alambre en el viento.

Es una lágrima tu cicatriz.
Cristal de la flor que guía los astros de más luz.

Paz en la sangre interior del desafío.

Tu sequía ríe.

Abejas con música de maría.



Onomatopeya


Sobre un árbol quemado
bajo sol de ciruelas con luz de ojos de res

leo en alta voz el libro Piel de Maraaka.

Honor solemne en esta vastedad del origen
Al poeta Canache La Rosa.

Esa palabra de inventario indio
me pone a caminar entre el color del maizal.

Lechosita.
Topochal de pericos carasucias y gonzalitos.

Que nazca otra intemperie.

Volveré a ser rastrojo

“Piel de Maraaka”

que se ilumina con el sol en ojos de res
como el vasto horizonte

en alta voz

feliz.

             Baldío.



Borraduras


Cartán


Madera de candela.

Su fruto
guacharaca de espinas.

Pisarlo es perder toda civilización del cielo.

Caerle es perder los ojos en una espina.

Bellota de puyas
hélice horizontal

metida circularmente desde la loma
en oscuridad que derrama una sangre gruesa.

Cuando levantó la cara
tenía una mecha en el ojo.

Al mirar para arriba
le cayó del cielo una maldición.

Bola de fuego de una rama viejísima.



Abrazo de Sentencia



Detrás de la quebrada de los humos

solitaria se oye la batalla.

Oficios de la caricia.
La estrangulación.

Rama en la rama.
Crujir.
Música del bautismo mortal.

El viento remueve el dolor
abrazo de esa serpiente lentísima.

Las nupcias del matapalo.

Desmoronamiento del tronco

como un ángel
al que un pájaro le echó una maldición.



Cabuya de la Cabra



Rastro que talla la ceniza de otros bichos.
La piedra lo retuerce y lo extravía.

Aparece más adelante gritando espinas de tuna.

Luz de cocuyo en la fibra de mis ojos.

Me mueve
hasta la brisita de una mujer loca. 



Cují


Creo que es el yacimiento que deja la incineración de un poeta

Espanto del hueso de la tiniebla.

Barro del designio negro en el altar.

Hay conchas de una sequía.
Ignoro si son de un hombre o de una piedra.

Reza con el sonido de una piel de campana en el zanjón.
Canta con ese pájaro invisible del espacio
como miel que destila la noche de sus ramas.

Cabeza de la lengua más vieja de la tierra.
Tendones que lleva de arrastras la cabra.

Una cicatriz sobre otra cicatriz.
Como espacio de una palabra sobre otra palabra más profunda.

Allí perdió hasta los pelos del viento mandinga.

Ese árbol
es fuego que se consume en el fuego de su cuchillo.

Su llama negra del corazón café compacto.

Creo que es el oficio insepulto de un poeta.

No lo mueve ni el vergajal del tiempo.

Esquinero de línea cardinal que inventó los caminos del mundo.



La Crin de la Candela


La sabiduría del tiempo


No cortes esa madera hoy.
Es luna nueva.

Hasta las cruces se vuelven polvo.

El gorgojo anida en el árbol
como mentira en la plenitud del ser.



Esta Gente


sobrevive con cicatrices remachadas.

El palo de nariz aguanta una hoja de zinc
incrustada desde los orígenes hasta el berrío de la resistencia.

La mirada es zanja que ve de adentro.

Crece con el rostro partido
y en el espíritu ya un animal.

Rafael Cadenas

15 de octubre de 2015

Lo que tengo por novedad no es novedoso,
es la novedad de la gota de agua.

Rafael Cadenas


Rafael Cadenas
(Lara - Venezuela, 1930)

Premio internacional 
de poesía Federico garcía Lorca, 2015.
_____

*
LOS PORTALES DEL LENGUAJE
 DE RAFAEL CADENAS
Escrito por: José Pérez


Entre las poéticas sesentistas de arraigos y desarraigos, de luchas y vaivenes políticos, de verdades y desnudeces, de hurgamientos y saltos, la de Rafael Cadenas (Barquisimeto, estado Lara, 8 de abril de 1930), se desliza silenciosa por otros derroteros. O mejor, se desplaza misteriosa entre la brecha que extrapola literatura y realidad, valiéndose del lenguaje como vínculo, como instrumento capital, para acceder a los enigmas más profundos y ontológicos del ser, del acontecer de sus experiencias vitales, de la memoria existencial, de las búsquedas y pareceres de la palabra entre lo fantástico, lo teórico y lo milenario; bien mediante sus revelaciones, combinaciones  e infinitas dimensiones; bien mediante artificios y retos a lo real, o los visos de la conciencia y la exploración de los espacios poéticos.

Sus obras han sido no sólo bien recibidas durante y después de sus apariciones, sino que han despertado un público que las sigue y estudia, lo que se aprecia en el volumen La poesía, la vida. En torno a Rafael Cadenas (Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1999; 358 p), que compila los escritos de sesenta y cuatro escritores y críticos que han estudiado su obra poética, la cual está conformada por lo siguientes títulos: Cantos iniciales (1946), Una isla (Multigrafiado, 1958), Los cuadernos del destierro (1960), Derrota (1963), Falsas maniobras (1966), Memorial (1977), Amante (1983), Gestiones (1992) y Antología (1999). 
De este desarrollo creativo se deslindan muchas orientaciones temáticas entre expresas y paradojales referencias y “superficies”[1] semánticas, atribuidas


[1] El término lo utilizó Guillermo Sucre en: La poesía, la vida. En torno a Rafael Cadenas, p. 67.



a sus textos: personificación y despersonalización en las voces expresivas, temporalidad y atemporalidad en cuanto a la dualidad ‘presente y evocación’, la búsqueda del pensamiento puro y el uso del yo en esos juegos; la visión de poeta articuladamente revelada en cada propuesta formal y estructural de sus poemarios, contenidos manifiestos de la tangibilidad de lo cotidiano y lo citadino, o de la intangibilidad deducible entre  metafísica e historia. Desde luego, no son los contenidos sociales los que definen la poética de Cadenas, sino su ejercicio imaginativo y el potente rigor del lenguaje y las metáforas. De ahí que se nominen como “espacios verbales”[1] cada una de las experiencias de escritura de sus libros, a las que no escapan las angustias y las obsesiones. También de fracasos, negaciones y desintegraciones se hayan huellas, durante el largo y pensado proceso de desarrollo de su poética. Por lo demás, sería vano el intento de abarcar en tan poco espacio sus reflejos. Valga, entonces, esta muestra de algunas de sus más reconocidas obras.



Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que las sostiene.
Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me fastidio. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la  impostura, restriégame la estafa.
Te lo agradeceré, en serio. Enloquezco por corresponderme.

________________________________
[1] Luis Miguel Izaba, “Prólogo”, en: Rafael Cadenas, Antología, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, 1991; p.8. En lo sucesivo citaremos a Cadenas por esta edición.


Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.[1]




[13]
He huido. Proclamo mi fuga, héroes generosos, pero estoy aquí. En realidad nadie puede huir. Tú y yo estamos sentenciados a glorificar viejas heridas y a devolver a las aguas nuestro cadáver diario. Verdaderamente permanecemos. Nadie puede escapar. Todos se queman sobre el fuego de sus perplejidades y sus incoherencias. Hay que aceptar el hierro candente del nacimiento como la orilla de donde no partimos. Hemos de quedarnos en este círculo que se abre en la mañana y se cierra en la noche, devorando con fauces volcánicas nuestros espejos. Y no basta llegar al río y decir: <<regréseme el hacha de oro con que regaló mi aya los días de púrpura>> y esperar en los márgenes loados, ni prodigar nuestras inspiraciones a la niebla, ni cerrar como un cofre, en alianza con la noche, los inconfesables raptos, como se clausura un día o un párpado. Imposible fugarse. Somos prisioneros de mirada amorosa o desafiante, pero aherrojados por días color de merluza y nuestra incapacidad para nombrar. La muerte es una nebulosa de donde regresamos para visitar nuestras posesiones. El sueño no existe. Sólo hay este hueco que dejamos al movernos para que ensanchándolo o reduciéndolo otro lo ocupe. Sin embargo, hablamos.[1]


[1] De Los cuadernos del destierro (1960), en: Antología, p. 58.



       Consta de una almohadilla que golpeo con acompañamiento musical.
       Un saco de arena donde descargo todo el peso de la calle.

Una esterilla para hacer contorsiones que producen olvido.

       Un hueco en triángulo donde me oculto para no ver.
       Una cuerda donde me castigo por toda la imprudencia del día.
       Un artefacto en forma de O en el que me doblo para evitar los reclamos de mi conciencia.

      Una barra horizontal sobre la cual me río de mis intenciones.

      Una tabla donde doy golpes innecesarios que podrían estar mejor    
dirigidos.

________________
[1] De Intemperie (1977), en: Antología, p. 128.
[1] De Los cuadernos del destierro (1960), en: Antología, p. 58.


Un pequeño extensor de idiota que me estira por todos los frutos  que no tomé, los actos que no hice, las palabras que no me atreví a decir.

Una soga donde extorsiono mi abrazo derecho por todas mis indecisiones, olvidos, cambios.

      El resto lo compone el ajuar ordinario de todo deportista. Los ejercicios son efectuados en la oscuridad. Por vergüenza no admito espectadores. (El descontento sordo, por otra parte, ahogaría al que osara entrar).
       Soy de todas maneras un aprendiz. No he podido alcanzar mis rodillas con la frente, todavía me es imposible arquearme hacia atrás hasta tocar el suelo, tampoco logro pararme sobre las manos.

      Algunas veces el exceso de pesadez me vuelve ridículo. (Me recuerdo en lamentables posiciones y siento dolor). A pesar de mis esfuerzos sigo siendo carnívoro, rudo, indisciplinado.
      En el fondo los ejercicios están enderezados a hacer de mí un hombre racional, que viva con precisión y burle los laberintos. En clave, persiguen mi transformación en Hombre Número Tal. Llanamente y en mi intimidad, espero con ellos  dejar de ser absurdo.[1]



APRENDIZ DE CÓNYUGE

Mi primera mujer notó que su esposo no regresaría a ella de un viaje, emprendido con desgana. Me estuvo llamando muchos días desde un acantilado. La segunda un día no pudo encontrarlo aunque me buscó entre las ropas, los estantes, los bailes, las embarcaciones, los celajes, los patios, las camas (yo sentía que era mirado en todos esos sitios) y se consoló poniendo canciones en un fonógrafo. Mi tercera mujer tuvo más suerte, pues se quedó con el cuerpo de su esposo mucho tiempo después de su caída, o iluminación, ya no recuerdo. La cuarta nunca tuvo el cuerpo ni el espíritu de este cónyuge obstinado. No  lo conoció. Tales inconstancias, o jugadas de la suerte, animaron de un modo tan cruel la juventud de estas mujeres y de sus maridos que aún hablan de todo ello con encanto. Después hubo otras desposadas, pero menos felices (quiero decir que han hecho sus arreglos), pero el esposo de todas vive perturbado por sus propias desapariciones, en constante estado de alarma, atisbando.[1]


[1] De Falsas maniobras (1966), en: Antología, p. 93
[1] De Falsas Maniobras (1966), en: Antología, p.90-91.




EL ENEMIGO

De pronto aparece en la puerta, como tallado, el acreedor. Viene en busca de su salario. Tiende su mano izquierda desde la entrada, inmóvil. Los dos nos miramos sin comprender.

Se insinúa con sigilo o irrumpe sin avisar.
Reconozco que estoy condenado a hacerle el juego. Si ambos fuésemos reales no nos desgastaríamos en esta persecución, pero nuestra servidumbre es la misma: somos personajes. Nos acompaña el miedo.

Mi costumbre es tomar su bando. Le permito que hable por mí.
Me convierte en plato de su odio.
Soy su aliado.
Sí, me usa, me usa para sus fines, que también se vuelven contra él. La fuente que lo envenena rebosa con jirones míos, suyos. Nos confundimos, nos entretejemos, nos intrincamos, sin querer. Hasta nos perdemos de vista, y ya no sabemos quién es el que persigue.

Tengo que contrarrestar, con otra voz, sus cargos, pero casi siempre estoy de su parte.
¿Cuándo tuvo lugar este desplazamiento? Son pocos los días en que el enemigo no ha contado con mi apoyo. Nunca en realidad he sido contrapeso para sus demandas. Me consta, me consta en mi carne. Siempre firmé sus acusaciones, sus ataques sorpresivos, sus listas de agravios. Siempre contó con el respaldo que yo necesitaba para mi tarea. Sí, siempre a mi acusador lo encontré más eficaz, y a su casuística atroz sólo podía oponerle unos ojos inmóviles.[1]


Por ese “revaluar el lenguaje”[1], Cadenas despertó una significativa preferencia entre los poetas de las décadas siguientes al setenta. También el poco frecuente acento narrativo, no exento de misticismo (“Vivo en riña cordial con los místicos”, ha escrito Cadenas en uno de sus libros), despierta el interés de sus lectores, máxime cuando la lírica venezolana contemporánea no se caracteriza precisamente por su apego a las exposiciones narrativas, reflexivas y filosóficas. Se sabe, no obstante, que la poesía se vale de esos instrumentos para manifestarse.


[1] De Memorial (1977), en: Antología, p.152.
[1] La expresión es de Eugenio Montejo, en: La poesía, la vida..., p. 169.


Como lo sensorial, lo mítico, lo filosófico y lo inherente al lenguaje, este autor revela igualmente sus visiones antropológicas y psicológicas del hombre moderno, estudia su medio y sus relaciones, formando parte de él pero a la vez siendo su fuga, su escape.
Sus viajes, su exilio en Puerto España (isla de Trinidad), hasta 1956, sus estudios y esa profusa formación intelectual, que lo ha llevado a  Alfonso Reyes, Unamuno y todos los clásicos españoles; a Guillén, Whitman, Watts, Rilke, Michaux, Eluard, Césaire, Saint Jhon Perse Lawrence, Dostoievski, Jung, Heidegger, versiones occidentales sobre el zen (como ha dicho en algunas entrevistas), entre otras fuentes; además del conjunto significativo de intelectuales contemporáneos con los que se vincula durante el desarrollo de su proceso creativo, específicamente los integrantes del grupo Tabla Redonda, Jesús Sanoja Hernández, Arnoldo Acosta Bello, Darío Lancini, Manuel Caballero, entre otros, nos permite vislumbrar la templanza de este poeta venezolano. Como suma de esa templanza queda una obra sólida, poderosa y consistente, digna de mayor espacio y penetración. La misma que le ha valido de los siguientes premios y honores: Perteneció al Grupo «Tabla Redonda» al principio de la década de los años Sesenta. Recibió la Beca Guggenheim, 1986. Aún sigue siendo uno de los más Importantes Poetas Venezolanos y de Hispanoamérica. Entre sus obras destacan: Una Isla, (1958); Los Cuadernos del destierro, (1960 - 2001); Derrotas, (1963) [Poema publicado en el Clarín]; Falsas Maniobras, (1966); Intemperie, (1977); Amante, (1983); Dichos, (1992); Poemas Selecto, (bid & co. editor, 2004, 2006, 2009); El Taller de al Lado, (2005) y Sobre Abierto, (2012). Premios Otorgados: Ensayo de CONAC (1984); Premio Nacional de Literatura, Mención Poesía (1985); Premio San Juan de la Cruz, (1992); Premio Internacional de Poesía «Juan Antonio Pérez Bonalde» (1992); Doctorado Honoris Causa de la ULA, (2001); Doctorado «Honoris Causa» de la Universidad Central de Venezuela (2005); El premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, (2009); y el Premio Federico García Lorca 2015. Es el único Poeta Venezolano —hasta los momentos— en recibir el premio FIL en Lengua Romance.
  
Isla de Margarita, octubre de 2015

 
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