“Espera aún a que yo venga
A romper el frío
que nos retiene”.
René Char
René
Char
Textos Poéticos
Consuelo
Por las calles
de la ciudad va mi amor. Poco importa
a dónde vaya en
este roto tiempo. Ya no es mi amor: el
que quiera puede
hablarle. Ya no se acuerda: ¿quién en
verdad le amó?
Mi amor busca su
semejanza en la promesa de las
miradas. El
espacio que recorre es mi fidelidad. Dibuja
la esperanza y
en seguida la desprecia. Prevalece sin
tomar parte en
ello.
Vivo en el fondo
de él como un resto de felicidad.
Sin saberlo él,
mi soledad es su tesoro. Es el gran meridiano
donde se
inscribe su vuelo, mi libertad lo vacía.
Por las calles
de la ciudad va mi amor. Poco importa
a dónde vaya en
este roto tiempo. Ya no es mi
amor: el que
quiera puede hablarle. Ya no se acuerda:
¿quién en verdad
le amó y le ilumina de lejos para que
no caiga?
Bebedora
Por qué seguir entregando las palabras del propio porvenir
ahora que toda palabra hacia lo alto es boca ladradora de
cohete, ahora que el corazón de cuanto respira es caída
hedionda?
Para que puedas exclamar en un soplo: "¿De dónde
vienes, bebedora, hermana con las uñas quemadas? ¿Ya quién
satisfaces? Nunca hallaste albergue entre tus espigas. Mi guadaña
lo jura. No te denunciaré, yo te
precedo."
Bienvenida
¡Ojalá vuelvas a tu
desorden, y el mundo al suyo. La asimetría
es juventud. No se
mantiene el orden más que el tiempo que se tarda en odiar su carácter de mal.
Entonces se avivará en ti
el deseo del porvenir, y cada peldaño de tu escalera desocupada y todos los
rasgos inhibidos de tu vuelo te llevarán,
te elevarán con un mismo
sentimiento gozoso. Hijo de la oda ferviente, abjurarás del gigantesco enmohecimiento.
Los solsticios cuajan el
dolor difuso en una dura joya adamantina. El infierno a su medida que se habían
esculpido
los limadores de metales
volverá a bajar vencido a su abismo. Delante del olvido nuevo, la única nube en
el cielo
será el sol.
Mintamos esperanzados a
quienes nos mienten: que la inmortalidad inscrita sea a la vez la piedra y la
lección.
El molino
Un ruido largo sale por el techo
golondrinas siempre blancas
agua que salta, agua que brilla
el grano salta, el agua muele
y el recinto donde el amor se arriesga
centellea y marca el paso.
Hambre roja
Estabas loca.
¡Qué lejos
queda!
Moriste, con un
dedo delante de los labios,
En noble
movimiento,
Para atajar la
efusión;
En el sol frío
de un reparto verde.
Estabas tan
hermosa que nadie se dio cuenta de tu muerte.
Más tarde, era
de noche, te pusiste en camino conmigo.
Desnudez sin
desconfianza.
Pechos podridos
por tu corazón.
A sus anchas en
este mundo circunstancial,
Un hombre, que
te había estrechado entre sus brazos,
Se sentó a la
mesa.
Estate
bien, no existes.
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