Carlos San Diego

21 de octubre de 2015

“…la poesía quería quedarse.
El temor nos atrapa
al no ejercer lo que nos libera frente al mundo.
No muero de salario.
Muero porque nadie paga por lo que sé hacer.”

Carlos San Diego

Carlos San Diego
(Anzoátegui, 1964)


Baldíos
(2002)


Cenizas de Bambú


Que pasen los que siguen


El cielo es una paila que hierve boca abajo.

Cantó la paraulata de la medianoche.

En la oscuridad
comejenes adelantan cementerios del verano.

La tierra ya no importa.
Lo que importa es el lugar del refugio.


En el culo del cielo


Esfínter del ozono.
Cueva destejida de murciélago tóxico.
Cloaca celestial.

Ojal violado por sensibilidad ultravioleta.

Nube infectada de esta tierra y de otras tierras halladas.

Como plomazo
sin sangrar aún
en testículos de un Cristo.

Diámetro de la conciencia de poderes

penitente distribución
de sobrevivientes en el mundo.



El Ojo de la Cotúa


Vuelo de Escarabajo


           El humo

nace

    de donde la pasión

                                      choca con la luz



Altares de la tierra



Muchas flores.

La bendición en el camino de la luz.

Campamento de las mentiras.


Evangelio del Cuerpo



Abulta esos labios que son como una centella.

Cómo negársela.

Que se la lleve a la boca

caja de melaos.

           La religión es un proverbio
escrito
como grafito a la entrada del monte de Venus

camino al orgasmo.



Algún Duende quedó feliz



Mítico almagre
bordado pelerío de la tuna.

Hendidura de gota del rociíto
que ensancha el cuerpo de la juventud.

Hablarás desde otro idioma.
Altar desgarrado
por la flor del toro.

Vaticinio de virginidad perdida.

Flor que ondula en el Jazz del recuerdo.



A la entrada de tu Rostro


Siquisique


Amarilla es la flor que le canta al verano.

Todo llora como un alambre en el viento.

Es una lágrima tu cicatriz.
Cristal de la flor que guía los astros de más luz.

Paz en la sangre interior del desafío.

Tu sequía ríe.

Abejas con música de maría.



Onomatopeya


Sobre un árbol quemado
bajo sol de ciruelas con luz de ojos de res

leo en alta voz el libro Piel de Maraaka.

Honor solemne en esta vastedad del origen
Al poeta Canache La Rosa.

Esa palabra de inventario indio
me pone a caminar entre el color del maizal.

Lechosita.
Topochal de pericos carasucias y gonzalitos.

Que nazca otra intemperie.

Volveré a ser rastrojo

“Piel de Maraaka”

que se ilumina con el sol en ojos de res
como el vasto horizonte

en alta voz

feliz.

             Baldío.



Borraduras


Cartán


Madera de candela.

Su fruto
guacharaca de espinas.

Pisarlo es perder toda civilización del cielo.

Caerle es perder los ojos en una espina.

Bellota de puyas
hélice horizontal

metida circularmente desde la loma
en oscuridad que derrama una sangre gruesa.

Cuando levantó la cara
tenía una mecha en el ojo.

Al mirar para arriba
le cayó del cielo una maldición.

Bola de fuego de una rama viejísima.



Abrazo de Sentencia



Detrás de la quebrada de los humos

solitaria se oye la batalla.

Oficios de la caricia.
La estrangulación.

Rama en la rama.
Crujir.
Música del bautismo mortal.

El viento remueve el dolor
abrazo de esa serpiente lentísima.

Las nupcias del matapalo.

Desmoronamiento del tronco

como un ángel
al que un pájaro le echó una maldición.



Cabuya de la Cabra



Rastro que talla la ceniza de otros bichos.
La piedra lo retuerce y lo extravía.

Aparece más adelante gritando espinas de tuna.

Luz de cocuyo en la fibra de mis ojos.

Me mueve
hasta la brisita de una mujer loca. 



Cují


Creo que es el yacimiento que deja la incineración de un poeta

Espanto del hueso de la tiniebla.

Barro del designio negro en el altar.

Hay conchas de una sequía.
Ignoro si son de un hombre o de una piedra.

Reza con el sonido de una piel de campana en el zanjón.
Canta con ese pájaro invisible del espacio
como miel que destila la noche de sus ramas.

Cabeza de la lengua más vieja de la tierra.
Tendones que lleva de arrastras la cabra.

Una cicatriz sobre otra cicatriz.
Como espacio de una palabra sobre otra palabra más profunda.

Allí perdió hasta los pelos del viento mandinga.

Ese árbol
es fuego que se consume en el fuego de su cuchillo.

Su llama negra del corazón café compacto.

Creo que es el oficio insepulto de un poeta.

No lo mueve ni el vergajal del tiempo.

Esquinero de línea cardinal que inventó los caminos del mundo.



La Crin de la Candela


La sabiduría del tiempo


No cortes esa madera hoy.
Es luna nueva.

Hasta las cruces se vuelven polvo.

El gorgojo anida en el árbol
como mentira en la plenitud del ser.



Esta Gente


sobrevive con cicatrices remachadas.

El palo de nariz aguanta una hoja de zinc
incrustada desde los orígenes hasta el berrío de la resistencia.

La mirada es zanja que ve de adentro.

Crece con el rostro partido
y en el espíritu ya un animal.
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