“Lo que tengo por novedad no es novedoso,
es la novedad de la gota de agua”.
Rafael Cadenas
Rafael
Cadenas
(Lara - Venezuela,
1930)
Premio internacional
de poesía Federico garcía Lorca, 2015.
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LOS PORTALES DEL LENGUAJE
DE RAFAEL
CADENAS
Escrito por: José Pérez
Entre
las poéticas sesentistas de arraigos y desarraigos, de luchas y vaivenes
políticos, de verdades y desnudeces, de hurgamientos y saltos, la de Rafael
Cadenas (Barquisimeto, estado Lara, 8 de abril de 1930), se desliza silenciosa
por otros derroteros. O mejor, se desplaza misteriosa entre la brecha que
extrapola literatura y realidad, valiéndose del lenguaje como vínculo, como
instrumento capital, para acceder a los enigmas más profundos y ontológicos del
ser, del acontecer de sus experiencias vitales, de la memoria existencial, de
las búsquedas y pareceres de la palabra entre lo fantástico, lo teórico y lo
milenario; bien mediante sus revelaciones, combinaciones e infinitas dimensiones; bien mediante
artificios y retos a lo real, o los visos de la conciencia y la exploración de
los espacios poéticos.
Sus
obras han sido no sólo bien recibidas durante y después de sus apariciones,
sino que han despertado un público que las sigue y estudia, lo que se aprecia
en el volumen La poesía, la vida. En torno a Rafael Cadenas (Caracas,
Universidad Central de Venezuela, 1999; 358 p), que compila los escritos de
sesenta y cuatro escritores y críticos que han estudiado su obra poética, la
cual está conformada por lo siguientes títulos: Cantos iniciales (1946),
Una isla (Multigrafiado, 1958), Los cuadernos del destierro
(1960), Derrota (1963), Falsas maniobras (1966), Memorial
(1977), Amante (1983), Gestiones (1992) y Antología
(1999).
De
este desarrollo creativo se deslindan muchas orientaciones temáticas entre
expresas y paradojales referencias y “superficies”[1]
semánticas, atribuidas
[1] El término lo utilizó Guillermo Sucre en: La poesía, la vida.
En torno a Rafael Cadenas, p. 67.
a
sus textos: personificación y despersonalización en las voces expresivas,
temporalidad y atemporalidad en cuanto a la dualidad ‘presente y evocación’, la
búsqueda del pensamiento puro y el uso del yo en esos juegos; la visión de
poeta articuladamente revelada en cada propuesta formal y estructural de sus
poemarios, contenidos manifiestos de la tangibilidad de lo cotidiano y lo citadino,
o de la intangibilidad deducible entre
metafísica e historia. Desde luego, no son los contenidos sociales los
que definen la poética de Cadenas, sino su ejercicio imaginativo y el potente
rigor del lenguaje y las metáforas. De ahí que se nominen como “espacios
verbales”[1]
cada una de las experiencias de escritura de sus libros, a las que no escapan
las angustias y las obsesiones. También de fracasos, negaciones y
desintegraciones se hayan huellas, durante el largo y pensado proceso de
desarrollo de su poética. Por lo demás, sería vano el intento de abarcar en tan
poco espacio sus reflejos. Valga, entonces, esta muestra de algunas de sus más
reconocidas obras.
ARS POÉTICA
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que las
sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni
poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos
aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero
exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando
creo que me fastidio. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo
a ellas.
Si no veo bien, dime tú, tú que me
conoces, mi mentira, señálame la
impostura, restriégame la estafa.
Te lo agradeceré, en serio. Enloquezco por
corresponderme.
________________________________
[1] Luis Miguel Izaba, “Prólogo”, en: Rafael Cadenas, Antología,
Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, 1991; p.8. En lo sucesivo citaremos a
Cadenas por esta edición.
Sé mi ojo, espérame
en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.[1]
[13]
He huido.
Proclamo mi fuga, héroes generosos, pero estoy aquí. En realidad nadie puede
huir. Tú y yo estamos sentenciados a glorificar viejas heridas y a devolver a
las aguas nuestro cadáver diario. Verdaderamente permanecemos. Nadie puede
escapar. Todos se queman sobre el fuego de sus perplejidades y sus
incoherencias. Hay que aceptar el hierro candente del nacimiento como la orilla
de donde no partimos. Hemos de quedarnos en este círculo que se abre en la
mañana y se cierra en la noche, devorando con fauces volcánicas nuestros
espejos. Y no basta llegar al río y decir: <<regréseme el hacha de oro
con que regaló mi aya los días de púrpura>> y esperar en los márgenes
loados, ni prodigar nuestras inspiraciones a la niebla, ni cerrar como un cofre,
en alianza con la noche, los inconfesables raptos, como se clausura un día o un
párpado. Imposible fugarse. Somos prisioneros de mirada amorosa o desafiante,
pero aherrojados por días color de merluza y nuestra incapacidad para nombrar.
La muerte es una nebulosa de donde regresamos para visitar nuestras posesiones.
El sueño no existe. Sólo hay este hueco que dejamos al movernos para que
ensanchándolo o reduciéndolo otro lo ocupe. Sin embargo, hablamos.[1]
[1] De Los cuadernos del destierro (1960), en: Antología,
p. 58.
MI PEQUEÑO GIMNASIO
Consta de una almohadilla que golpeo con acompañamiento musical.
Un saco de arena donde descargo todo el
peso de la calle.
Una esterilla
para hacer contorsiones que producen olvido.
Un hueco en triángulo donde me oculto para no ver.
Una cuerda donde me castigo por toda la
imprudencia del día.
Un artefacto en forma de O en el que me
doblo para evitar los reclamos de mi conciencia.
Una barra horizontal sobre la cual me río
de mis intenciones.
Una tabla donde doy golpes innecesarios que podrían estar mejor
dirigidos.
________________
[1] De Intemperie (1977), en: Antología, p. 128.
[1] De Los cuadernos del destierro (1960), en: Antología,
p. 58.
Un pequeño
extensor de idiota que me estira por todos los frutos que no tomé, los actos que no hice, las
palabras que no me atreví a decir.
Una soga donde
extorsiono mi abrazo derecho por todas mis indecisiones, olvidos, cambios.
El resto lo compone el ajuar
ordinario de todo deportista. Los ejercicios son efectuados en la oscuridad.
Por vergüenza no admito espectadores. (El descontento sordo, por otra parte,
ahogaría al que osara entrar).
Soy de todas maneras un aprendiz. No he
podido alcanzar mis rodillas con la frente, todavía me es imposible arquearme
hacia atrás hasta tocar el suelo, tampoco logro pararme sobre las manos.
Algunas veces el exceso de pesadez me vuelve ridículo. (Me recuerdo en
lamentables posiciones y siento dolor). A pesar de mis esfuerzos sigo siendo
carnívoro, rudo, indisciplinado.
En el fondo los ejercicios están
enderezados a hacer de mí un hombre racional, que viva con precisión y burle
los laberintos. En clave, persiguen mi transformación en Hombre Número Tal.
Llanamente y en mi intimidad, espero con ellos
dejar de ser absurdo.[1]
APRENDIZ DE CÓNYUGE
Mi primera
mujer notó que su esposo no regresaría a ella de un viaje, emprendido con
desgana. Me estuvo llamando muchos días desde un acantilado. La segunda un día
no pudo encontrarlo aunque me buscó entre las ropas, los estantes, los bailes,
las embarcaciones, los celajes, los patios, las camas (yo sentía que era mirado
en todos esos sitios) y se consoló poniendo canciones en un fonógrafo. Mi
tercera mujer tuvo más suerte, pues se quedó con el cuerpo de su esposo mucho
tiempo después de su caída, o iluminación, ya no recuerdo. La cuarta nunca tuvo
el cuerpo ni el espíritu de este cónyuge obstinado. No lo conoció. Tales inconstancias, o jugadas de
la suerte, animaron de un modo tan cruel la juventud de estas mujeres y de sus
maridos que aún hablan de todo ello con encanto. Después hubo otras desposadas,
pero menos felices (quiero decir que han hecho sus arreglos), pero el esposo de
todas vive perturbado por sus propias desapariciones, en constante estado de
alarma, atisbando.[1]
[1] De Falsas Maniobras (1966), en: Antología, p.90-91.
EL ENEMIGO
De pronto aparece en la puerta, como
tallado, el acreedor. Viene en busca de su salario. Tiende su mano izquierda
desde la entrada, inmóvil. Los dos nos miramos sin comprender.
Se insinúa con sigilo o irrumpe sin
avisar.
Reconozco que estoy condenado a hacerle
el juego. Si ambos fuésemos reales no nos desgastaríamos en esta persecución,
pero nuestra servidumbre es la misma: somos personajes. Nos acompaña el miedo.
Mi costumbre es tomar su bando. Le
permito que hable por mí.
Me convierte en plato de su odio.
Soy su aliado.
Sí, me usa, me usa para sus fines, que
también se vuelven contra él. La fuente que lo envenena rebosa con jirones
míos, suyos. Nos confundimos, nos entretejemos, nos intrincamos, sin querer.
Hasta nos perdemos de vista, y ya no sabemos quién es el que persigue.
Tengo que contrarrestar, con otra voz,
sus cargos, pero casi siempre estoy de su parte.
¿Cuándo tuvo lugar este desplazamiento? Son
pocos los días en que el enemigo no ha contado con mi apoyo. Nunca en realidad
he sido contrapeso para sus demandas. Me consta, me consta en mi carne. Siempre
firmé sus acusaciones, sus ataques sorpresivos, sus listas de agravios. Siempre
contó con el respaldo que yo necesitaba para mi tarea. Sí, siempre a mi
acusador lo encontré más eficaz, y a su casuística atroz sólo podía oponerle
unos ojos inmóviles.[1]
Por
ese “revaluar el lenguaje”[1],
Cadenas despertó una significativa preferencia entre los poetas de las décadas
siguientes al setenta. También el poco frecuente acento narrativo, no exento de
misticismo (“Vivo en riña cordial con los místicos”, ha escrito Cadenas en uno
de sus libros), despierta el interés de sus lectores, máxime cuando la lírica
venezolana contemporánea no se caracteriza precisamente por su apego a las
exposiciones narrativas, reflexivas y filosóficas. Se sabe, no obstante, que la
poesía se vale de esos instrumentos para manifestarse.
[1] De Memorial (1977), en: Antología, p.152.
[1] La expresión es de Eugenio Montejo, en: La
poesía, la vida..., p. 169.
Como
lo sensorial, lo mítico, lo filosófico y lo inherente al lenguaje, este autor
revela igualmente sus visiones antropológicas y psicológicas del hombre
moderno, estudia su medio y sus relaciones, formando parte de él pero a la vez
siendo su fuga, su escape.
Sus
viajes, su exilio en Puerto España (isla de Trinidad), hasta 1956, sus estudios
y esa profusa formación intelectual, que lo ha llevado a Alfonso Reyes, Unamuno y todos los clásicos
españoles; a Guillén, Whitman, Watts, Rilke, Michaux, Eluard, Césaire, Saint
Jhon Perse Lawrence, Dostoievski, Jung, Heidegger, versiones occidentales sobre
el zen (como ha dicho en algunas entrevistas), entre otras fuentes; además del
conjunto significativo de intelectuales contemporáneos con los que se vincula
durante el desarrollo de su proceso creativo, específicamente los integrantes
del grupo Tabla Redonda, Jesús Sanoja Hernández, Arnoldo Acosta Bello,
Darío Lancini, Manuel Caballero, entre otros, nos permite vislumbrar la
templanza de este poeta venezolano. Como suma de esa templanza queda una obra
sólida, poderosa y consistente, digna de mayor espacio y penetración. La misma
que le ha valido de los siguientes premios y honores: Perteneció al Grupo «Tabla
Redonda» al principio de la década de los años Sesenta. Recibió la Beca
Guggenheim, 1986. Aún sigue siendo uno de los más Importantes Poetas
Venezolanos y de Hispanoamérica. Entre sus obras destacan: Una Isla, (1958);
Los Cuadernos del destierro, (1960 - 2001); Derrotas, (1963) [Poema publicado
en el Clarín]; Falsas Maniobras, (1966); Intemperie, (1977); Amante, (1983);
Dichos, (1992); Poemas Selecto, (bid & co. editor, 2004, 2006, 2009); El
Taller de al Lado, (2005) y Sobre Abierto, (2012). Premios Otorgados: Ensayo de
CONAC (1984); Premio Nacional de Literatura, Mención Poesía (1985); Premio San
Juan de la Cruz, (1992); Premio Internacional de Poesía «Juan Antonio Pérez
Bonalde» (1992); Doctorado
Honoris Causa de la ULA, (2001); Doctorado «Honoris Causa» de la Universidad
Central de Venezuela (2005); El premio FIL de Literatura en Lenguas Romances,
(2009); y el Premio Federico García Lorca 2015. Es el único Poeta Venezolano
—hasta los momentos— en recibir el premio FIL
en Lengua Romance.
Isla de Margarita, octubre de 2015
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