Rafael Cadenas

15 de octubre de 2015

Lo que tengo por novedad no es novedoso,
es la novedad de la gota de agua.

Rafael Cadenas


Rafael Cadenas
(Lara - Venezuela, 1930)

Premio internacional 
de poesía Federico garcía Lorca, 2015.
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LOS PORTALES DEL LENGUAJE
 DE RAFAEL CADENAS
Escrito por: José Pérez


Entre las poéticas sesentistas de arraigos y desarraigos, de luchas y vaivenes políticos, de verdades y desnudeces, de hurgamientos y saltos, la de Rafael Cadenas (Barquisimeto, estado Lara, 8 de abril de 1930), se desliza silenciosa por otros derroteros. O mejor, se desplaza misteriosa entre la brecha que extrapola literatura y realidad, valiéndose del lenguaje como vínculo, como instrumento capital, para acceder a los enigmas más profundos y ontológicos del ser, del acontecer de sus experiencias vitales, de la memoria existencial, de las búsquedas y pareceres de la palabra entre lo fantástico, lo teórico y lo milenario; bien mediante sus revelaciones, combinaciones  e infinitas dimensiones; bien mediante artificios y retos a lo real, o los visos de la conciencia y la exploración de los espacios poéticos.

Sus obras han sido no sólo bien recibidas durante y después de sus apariciones, sino que han despertado un público que las sigue y estudia, lo que se aprecia en el volumen La poesía, la vida. En torno a Rafael Cadenas (Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1999; 358 p), que compila los escritos de sesenta y cuatro escritores y críticos que han estudiado su obra poética, la cual está conformada por lo siguientes títulos: Cantos iniciales (1946), Una isla (Multigrafiado, 1958), Los cuadernos del destierro (1960), Derrota (1963), Falsas maniobras (1966), Memorial (1977), Amante (1983), Gestiones (1992) y Antología (1999). 
De este desarrollo creativo se deslindan muchas orientaciones temáticas entre expresas y paradojales referencias y “superficies”[1] semánticas, atribuidas


[1] El término lo utilizó Guillermo Sucre en: La poesía, la vida. En torno a Rafael Cadenas, p. 67.



a sus textos: personificación y despersonalización en las voces expresivas, temporalidad y atemporalidad en cuanto a la dualidad ‘presente y evocación’, la búsqueda del pensamiento puro y el uso del yo en esos juegos; la visión de poeta articuladamente revelada en cada propuesta formal y estructural de sus poemarios, contenidos manifiestos de la tangibilidad de lo cotidiano y lo citadino, o de la intangibilidad deducible entre  metafísica e historia. Desde luego, no son los contenidos sociales los que definen la poética de Cadenas, sino su ejercicio imaginativo y el potente rigor del lenguaje y las metáforas. De ahí que se nominen como “espacios verbales”[1] cada una de las experiencias de escritura de sus libros, a las que no escapan las angustias y las obsesiones. También de fracasos, negaciones y desintegraciones se hayan huellas, durante el largo y pensado proceso de desarrollo de su poética. Por lo demás, sería vano el intento de abarcar en tan poco espacio sus reflejos. Valga, entonces, esta muestra de algunas de sus más reconocidas obras.



Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que las sostiene.
Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me fastidio. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la  impostura, restriégame la estafa.
Te lo agradeceré, en serio. Enloquezco por corresponderme.

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[1] Luis Miguel Izaba, “Prólogo”, en: Rafael Cadenas, Antología, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, 1991; p.8. En lo sucesivo citaremos a Cadenas por esta edición.


Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.[1]




[13]
He huido. Proclamo mi fuga, héroes generosos, pero estoy aquí. En realidad nadie puede huir. Tú y yo estamos sentenciados a glorificar viejas heridas y a devolver a las aguas nuestro cadáver diario. Verdaderamente permanecemos. Nadie puede escapar. Todos se queman sobre el fuego de sus perplejidades y sus incoherencias. Hay que aceptar el hierro candente del nacimiento como la orilla de donde no partimos. Hemos de quedarnos en este círculo que se abre en la mañana y se cierra en la noche, devorando con fauces volcánicas nuestros espejos. Y no basta llegar al río y decir: <<regréseme el hacha de oro con que regaló mi aya los días de púrpura>> y esperar en los márgenes loados, ni prodigar nuestras inspiraciones a la niebla, ni cerrar como un cofre, en alianza con la noche, los inconfesables raptos, como se clausura un día o un párpado. Imposible fugarse. Somos prisioneros de mirada amorosa o desafiante, pero aherrojados por días color de merluza y nuestra incapacidad para nombrar. La muerte es una nebulosa de donde regresamos para visitar nuestras posesiones. El sueño no existe. Sólo hay este hueco que dejamos al movernos para que ensanchándolo o reduciéndolo otro lo ocupe. Sin embargo, hablamos.[1]


[1] De Los cuadernos del destierro (1960), en: Antología, p. 58.



       Consta de una almohadilla que golpeo con acompañamiento musical.
       Un saco de arena donde descargo todo el peso de la calle.

Una esterilla para hacer contorsiones que producen olvido.

       Un hueco en triángulo donde me oculto para no ver.
       Una cuerda donde me castigo por toda la imprudencia del día.
       Un artefacto en forma de O en el que me doblo para evitar los reclamos de mi conciencia.

      Una barra horizontal sobre la cual me río de mis intenciones.

      Una tabla donde doy golpes innecesarios que podrían estar mejor    
dirigidos.

________________
[1] De Intemperie (1977), en: Antología, p. 128.
[1] De Los cuadernos del destierro (1960), en: Antología, p. 58.


Un pequeño extensor de idiota que me estira por todos los frutos  que no tomé, los actos que no hice, las palabras que no me atreví a decir.

Una soga donde extorsiono mi abrazo derecho por todas mis indecisiones, olvidos, cambios.

      El resto lo compone el ajuar ordinario de todo deportista. Los ejercicios son efectuados en la oscuridad. Por vergüenza no admito espectadores. (El descontento sordo, por otra parte, ahogaría al que osara entrar).
       Soy de todas maneras un aprendiz. No he podido alcanzar mis rodillas con la frente, todavía me es imposible arquearme hacia atrás hasta tocar el suelo, tampoco logro pararme sobre las manos.

      Algunas veces el exceso de pesadez me vuelve ridículo. (Me recuerdo en lamentables posiciones y siento dolor). A pesar de mis esfuerzos sigo siendo carnívoro, rudo, indisciplinado.
      En el fondo los ejercicios están enderezados a hacer de mí un hombre racional, que viva con precisión y burle los laberintos. En clave, persiguen mi transformación en Hombre Número Tal. Llanamente y en mi intimidad, espero con ellos  dejar de ser absurdo.[1]



APRENDIZ DE CÓNYUGE

Mi primera mujer notó que su esposo no regresaría a ella de un viaje, emprendido con desgana. Me estuvo llamando muchos días desde un acantilado. La segunda un día no pudo encontrarlo aunque me buscó entre las ropas, los estantes, los bailes, las embarcaciones, los celajes, los patios, las camas (yo sentía que era mirado en todos esos sitios) y se consoló poniendo canciones en un fonógrafo. Mi tercera mujer tuvo más suerte, pues se quedó con el cuerpo de su esposo mucho tiempo después de su caída, o iluminación, ya no recuerdo. La cuarta nunca tuvo el cuerpo ni el espíritu de este cónyuge obstinado. No  lo conoció. Tales inconstancias, o jugadas de la suerte, animaron de un modo tan cruel la juventud de estas mujeres y de sus maridos que aún hablan de todo ello con encanto. Después hubo otras desposadas, pero menos felices (quiero decir que han hecho sus arreglos), pero el esposo de todas vive perturbado por sus propias desapariciones, en constante estado de alarma, atisbando.[1]


[1] De Falsas maniobras (1966), en: Antología, p. 93
[1] De Falsas Maniobras (1966), en: Antología, p.90-91.




EL ENEMIGO

De pronto aparece en la puerta, como tallado, el acreedor. Viene en busca de su salario. Tiende su mano izquierda desde la entrada, inmóvil. Los dos nos miramos sin comprender.

Se insinúa con sigilo o irrumpe sin avisar.
Reconozco que estoy condenado a hacerle el juego. Si ambos fuésemos reales no nos desgastaríamos en esta persecución, pero nuestra servidumbre es la misma: somos personajes. Nos acompaña el miedo.

Mi costumbre es tomar su bando. Le permito que hable por mí.
Me convierte en plato de su odio.
Soy su aliado.
Sí, me usa, me usa para sus fines, que también se vuelven contra él. La fuente que lo envenena rebosa con jirones míos, suyos. Nos confundimos, nos entretejemos, nos intrincamos, sin querer. Hasta nos perdemos de vista, y ya no sabemos quién es el que persigue.

Tengo que contrarrestar, con otra voz, sus cargos, pero casi siempre estoy de su parte.
¿Cuándo tuvo lugar este desplazamiento? Son pocos los días en que el enemigo no ha contado con mi apoyo. Nunca en realidad he sido contrapeso para sus demandas. Me consta, me consta en mi carne. Siempre firmé sus acusaciones, sus ataques sorpresivos, sus listas de agravios. Siempre contó con el respaldo que yo necesitaba para mi tarea. Sí, siempre a mi acusador lo encontré más eficaz, y a su casuística atroz sólo podía oponerle unos ojos inmóviles.[1]


Por ese “revaluar el lenguaje”[1], Cadenas despertó una significativa preferencia entre los poetas de las décadas siguientes al setenta. También el poco frecuente acento narrativo, no exento de misticismo (“Vivo en riña cordial con los místicos”, ha escrito Cadenas en uno de sus libros), despierta el interés de sus lectores, máxime cuando la lírica venezolana contemporánea no se caracteriza precisamente por su apego a las exposiciones narrativas, reflexivas y filosóficas. Se sabe, no obstante, que la poesía se vale de esos instrumentos para manifestarse.


[1] De Memorial (1977), en: Antología, p.152.
[1] La expresión es de Eugenio Montejo, en: La poesía, la vida..., p. 169.


Como lo sensorial, lo mítico, lo filosófico y lo inherente al lenguaje, este autor revela igualmente sus visiones antropológicas y psicológicas del hombre moderno, estudia su medio y sus relaciones, formando parte de él pero a la vez siendo su fuga, su escape.
Sus viajes, su exilio en Puerto España (isla de Trinidad), hasta 1956, sus estudios y esa profusa formación intelectual, que lo ha llevado a  Alfonso Reyes, Unamuno y todos los clásicos españoles; a Guillén, Whitman, Watts, Rilke, Michaux, Eluard, Césaire, Saint Jhon Perse Lawrence, Dostoievski, Jung, Heidegger, versiones occidentales sobre el zen (como ha dicho en algunas entrevistas), entre otras fuentes; además del conjunto significativo de intelectuales contemporáneos con los que se vincula durante el desarrollo de su proceso creativo, específicamente los integrantes del grupo Tabla Redonda, Jesús Sanoja Hernández, Arnoldo Acosta Bello, Darío Lancini, Manuel Caballero, entre otros, nos permite vislumbrar la templanza de este poeta venezolano. Como suma de esa templanza queda una obra sólida, poderosa y consistente, digna de mayor espacio y penetración. La misma que le ha valido de los siguientes premios y honores: Perteneció al Grupo «Tabla Redonda» al principio de la década de los años Sesenta. Recibió la Beca Guggenheim, 1986. Aún sigue siendo uno de los más Importantes Poetas Venezolanos y de Hispanoamérica. Entre sus obras destacan: Una Isla, (1958); Los Cuadernos del destierro, (1960 - 2001); Derrotas, (1963) [Poema publicado en el Clarín]; Falsas Maniobras, (1966); Intemperie, (1977); Amante, (1983); Dichos, (1992); Poemas Selecto, (bid & co. editor, 2004, 2006, 2009); El Taller de al Lado, (2005) y Sobre Abierto, (2012). Premios Otorgados: Ensayo de CONAC (1984); Premio Nacional de Literatura, Mención Poesía (1985); Premio San Juan de la Cruz, (1992); Premio Internacional de Poesía «Juan Antonio Pérez Bonalde» (1992); Doctorado Honoris Causa de la ULA, (2001); Doctorado «Honoris Causa» de la Universidad Central de Venezuela (2005); El premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, (2009); y el Premio Federico García Lorca 2015. Es el único Poeta Venezolano —hasta los momentos— en recibir el premio FIL en Lengua Romance.
  
Isla de Margarita, octubre de 2015

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